4 de septiembre de 2015. Me
enfundo pantalón corto, camiseta y zapatillas. Lleno el maletero. Doce de la
mañana. Un viaje largo me espera. Bienvenidos al Sur.
Primera parada: 14:30. Hervás, Extremadura. Los camareros ya
desbordan alegría y me planto con mi carácter castellano, si cabe melancólico
tras apenas unas horas de haber abandonado entre lágrimas Invernalia, como así
bauticé a Medina hace ya tres años. De
norte a sur. De la tierra de las nubes plomizas al paraíso del sol. De la
montaña a la playa. Del invierno al verano. La carretera es diferente,
aburrida, no hay curvas, ni desfiladeros, ni iglesias románicas. Predomina el
amarillo, no hay pueblos intermedios, la tierra está seca.
No hace ni veinticuatro horas que
he salido y me doy cuenta de todo lo que voy a echar en falta las Merindades: las montañas, las rutas, el verde, los paseos
y los baños en el río y sus crecidas, las nieves, los amaneceres desde la
ventana, las tardes de zuritos, las mañanas de vermouth..
Segunda parada: 17:00 Monesterio, Sevilla. Área de servicio
de masas. No hay más que gente. El pelo de las féminas se alarga, los
decibelios suben y las conversaciones se tornan difíciles de discernir. Empiezo
a pensar que Huelva está infinitamente lejos. Los kilómetros por hora se elevan
casi a la misma velocidad que los grados centígrados: 18, 19, 20, 21….27 y 28.
Antes de imaginarme entrando en
el nuevo instituto con peineta y traje de lunares me viene a la cabeza el
Castella Vetula. Tres años allí han conseguido que me enganche a mis
compañeros, a los fijos y a los móviles, a mis alumnos, al centro, a mi aula.
Tres años de aprendizaje y tres años que me acompañan en la carretera.
Llegada a destino: tras sufrir el tráfico de Sevilla pienso
que no estoy preparada para viajar escuchando Radio Flamenca, Radio Olé o Radio
Compás. Irremediablemente me vienen a la
cabeza Radio Nervión, Radio Gaztea y Radio Espinosa Merindades. Sigo mi camino
y consigo entrar después de ocho horas a Huelva, veo mi hotel, y cuando creo
que ya puedo bajar del coche me adentro sin querer en el centro de Huelva, mi
gps no funciona y empiezo a desesperar. Tras cuarenta minutos llego a la meta y
expulso cuarenta lágrimas tras la tensión acumulada, que solo consiguen mitigar
las gambas y el jamón de la cena. Mañana será otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario